TURQUÍA

¿Dónde está Turquía?

TESTIMONIOS

Marta

SVE en Pamukkale (Turquía)

Entender Turquía a través de tazas de té

Fatmanur vuelve a servirme otra taza de té. Es la quinta que bebo desde que me he levantado esta mañana, y son muchas más de las que acostumbro a beber en España en un mes entero. La chica me ha invitado a su casa hoy que celebran el gün, el día del mes en que las mujeres de la familia se reúnen para comer, charlar y beber té. Comen, charlan y beben té, una y otra vez, desde media mañana hasta que anochece. Comen, charlan, beben té y también se ríen, critican y comparten confidencias que ellos, los hombres, no pueden escuchar.

 

“¿Quieres más fruta, palomitas, dulces, pastelitos? ¿Te apetece otro té?”, me ofrecen con gestos las mujeres de la casa, excepto Fatmanur, el resto no habla ni una palabra de inglés. Así, sin saber cómo, nos comunicamos con las manos. “En Turquía la gente puede trabajar sin cobrar, pero no sin té”, recuerdo que me contó un chico turco que conocí el primer día que llegué al país. “En todas las empresas hay un fogón con una tetera siempre llena”, me explicaba el chaval. Más tarde descubrí que el té es el elemento común de todos los turcos. Puedes ser partidario de los islamistas o los laicos; defensor o detractor de Erdoğan; pro kurdo o nacionalista; conservador o progresista, porque, seas como seas, beberás un mínimo de cinco tazas al día.

 

El té es el símbolo nacional que representa una de las características más destacadas de los turcos: la hospitalidad hacía el foráneo, una ley no escrita pero sagrada, que se materializa en tazas de té. Si además de ser extranjero, eres mujer, europea y joven, como es el caso, su interés por recibirte bien aún incrementa más; y no estoy segura de querer averiguar por qué. Así, cada día que paso en el país encuentro a alguien que, sin pedírselo, me guía por los principales atractivos turísticos, me invita a probar los platos tradicionales y se preocupa de que mi estancia sea lo más agradable posible. “A veces preferiría perderme sola por la ciudad, sin que nadie intente ayudarme”, dice Valeria, mi compañera de viaje italiana. Estoy de acuerdo con ella: para nosotras la individualidad y la privacidad tienen un peso más relevante. Tantas atenciones nos encantan y nos agobian a la vez.

 

Hace poco más de una semana que llegué a Turquía y es la tercera vez que alguien me invita a su casa a comer, charlar y beber té. Y yo lo gozo, disfruto de la posibilidad de entrar en la intimidad de un hogar para poder absorber, tanto como soy capaz, el alma turca. Siempre que viajo me obsesiono con descubrir cómo son las personas que viven en el sitio: sus aspiraciones, sus miedos, sus sueños, su rutina… Me interesa entender como es la colectividad, que se refleja en las acciones y los pensamientos individuales, ya que estoy segura que es la forma de comprender un lugar. Las visitas turísticas y los monumentos no deberían ser más que complementos del viaje. Por eso, ahora, después de beberme el quinto té del día, estoy tan contenta de tener la oportunidad de vivir, divertirme y sentir como viven, se divierten y sienten las mujeres de la familia de Fatmanur, en este caso.

 

El té es el símbolo nacional que representa una de las características más destacadas de los turcos: la hospitalidad hacía el foráneo, una ley no escrita pero sagrada, que se materializa en tazas de té. Si además de ser extranjero, eres mujer, europea y joven, como es el caso, su interés por recibirte bien aún incrementa más; y no estoy segura de querer averiguar por qué. Así, cada día que paso en el país encuentro a alguien que, sin pedírselo, me guía por los principales atractivos turísticos, me invita a probar los platos tradicionales y se preocupa de que mi estancia sea lo más agradable posible. “A veces preferiría perderme sola por la ciudad, sin que nadie intente ayudarme”, dice Valeria, mi compañera de viaje italiana. Estoy de acuerdo con ella: para nosotras la individualidad y la privacidad tienen un peso más relevante. Tantas atenciones nos encantan y nos agobian a la vez.

 

Escogí venir a Turquía con el programa EVS (European Voluntary Service) porqué quería entender maneras de ver el mundo que se alejaran del ideal de la vieja Europa. Turquía fue una buena elección, ya que dentro del mismo país conviven miles de formas de vida. Hay muchas Turquias dentro de Turquía, se acostumbra a decir, y probablemente es verdad. El país está lleno de contradicciones y contrastes que puedes distinguir solo con cruzar los distintos barrios de Estambul: los pocos quilómetros que los separan parecen abismos por las diferencias culturales, económicas y sociales en que viven sus habitantes. “Tengo la sensación que en un solo día hemos pasado una mañana de compras en Marrakech, una tarde de rezos en Teherán y una noche de fiesta en Barcelona”, le comentaba a Valeria.

Turquía es una combinación de contradicciones que yo –quiero pensar que con las ansias típicas de una reportera- deseo descubrir, entender y contar. Pero la variedad y la inmensidad es tal que ha sido imposible acabármelo en solo dos meses que dura el programa de voluntariado. Me he impregnado del alma turca tanto como he sido capaz y todas las contradicciones que no he conseguido desvelar, entender ni contar son la excusa para volver otra vez.

  • Mañana es viernes y vamos juntas a rezar a la mezquita. ¿Quieres venir? – me pregunta la madre de Fatmanur a través del traductor de Google.
  • Por la noche haremos raki party [raki es una bebida alcohólica tradicional. Se parece al anís]. Me gustaría que vinieras – añade más flojito Fatmanur.
  • ¡Claro, estaré encantada de venir a todos lados!

Marta Valls Ribas 

 

Gloria

SVE en Pamukkale (Turquía)

 

Cuando me decidí a emprender la búsqueda de un EVS, no pensaba en Turquía como un posible destino, ni siquiera sabía que me podía ir allí. Al pensar en Turquía lo único que podía decir era Estambul, Ankara y Capadocia. Bueno, alguna otra cosa más: golpe de estado y ataques terroristas. No sabía nada pero sentía una increíble atracción por descubrir este país.

Dejando a un lado las continuas charlas de porque no debería ir a Turquía por su inestable situación, decidí adentrarme en esta aventura. Más que miedo sentía impaciencia y curiosidad, mucha curiosidad. Tenía dudas acerca de todo: ¿cómo será la comida?,  ¿cómo será la gente?, ¿podré ponerme esta falda?, ¿será caro?, ¿lograré mantener una conversación en inglés?, etc. A mis 23 años recién cumplidos nunca había viajado sola y, después de acabar la carrera y sentir ese vacío y esa incertidumbre de futuro, sabía que era el momento perfecto para hacerlo.

 

 

Nunca me hubiese imaginado que solo dos meses podían hacerte sentir como si hubieses vivido otra vida entera al conocer a tanta gente, tantos sitios y tantas cosas distintas. Mi compañera de aventura fue Andreea, una chica rumana que se convirtió en mi kanka (palabra muy utilizada en turco para denominar a un buen amigo), y nuestro destino Pamukkale Belediyesi (Ayuntamiento de Pamukkale). Juntas realizábamos cursos con niños y adolescentes provenientes de familias con desventajas económicas en el ayuntamiento y en un centro joven. Además, colaborábamos con un equipo de baloncesto en silla de ruedas. Como psicóloga, también estuve en un centro social del ayuntamiento conociendo su forma de trabajar allí.

A parte de nuestro “trabajo”, del que obtuvimos mucho, lo mejor para mí ha sido conocer una cultura asombrosa, una mezcla de lo occidental y lo oriental. Una cultura que me ha hecho sentir como nunca antes me había sentido al compartir tanto con gente nueva, única y distinta, pero a la vez con tus mismas inquietudes, miedos y preocupaciones de futuro. Un momento que nunca olvidaré fue un día con la madre y la tía de una amiga turca. Estuvimos comiendo en el suelo y riendo. Riendo muchísimo aún sin poder hablar con las mujeres ya que ellas no hablaban inglés y yo no hablaba turco. Bailamos canciones turcas y nos tiramos al suelo de la risa. Aún me veo a mi en el salón, riendo y bailando con dos mujeres que acababa de conocer, con sus pañuelos y sus faldas largas y esa sensación de satisfacción plena. Ojalá pudiéramos inmortalizar junto con las fotos todo lo que te ha hecho sentir ese momento.

 

 

Sin duda alguna, volvería a escoger Turquía como destino. Porque Turquía es mucho más que ataques terroristas… Es un vaso de té a todas horas, más abrazos que besos, tazas de café que revelan el futuro, son pies descalzos en casa y zapatos a la entrada, desayunos abundantes y platos de cuchara increíbles (sí, no solo en España comemos bien), viajes en autobuses maravillosos (te ofrecen bebidas y comida gratis, tienes wifi y hasta tele), es escuchar la llamada al rezo 5 veces al día y entender una religión distinta, paisajes increíbles, sonrisas sinceras, es confianza, generosidad y cercanía, es… un país mágico.

Viajar no es solo llevar vuestro cuerpo a otra ciudad o país, es trasladar vuestra vida, vuestros amigos, vuestra familia, vuestras costumbres, vuestra historia… y permitir que se mezclen con las de los demás creando algo único. Conoced y adentraos en el nuevo destino hasta que sientas que este ha dejado una huella en ti, que tú serás siempre parte de ese lugar como ese lugar será siempre parte tuya.

Gloria

 

 

 

Cuando me decidí a emprender la búsqueda de un EVS, no pensaba en Turquía como un posible destino, ni siquiera sabía que me podía ir allí. Al pensar en Turquía lo único que podía decir era Estambul, Ankara y Capadocia. Bueno, alguna otra cosa más: golpe de estado y ataques terroristas. No sabía nada pero sentía una increíble atracción por descubrir este país.

Dejando a un lado las continuas charlas de porque no debería ir a Turquía por su inestable situación, decidí adentrarme en esta aventura. Más que miedo sentía impaciencia y curiosidad, mucha curiosidad. Tenía dudas acerca de todo: ¿cómo será la comida?,  ¿cómo será la gente?, ¿podré ponerme esta falda?, ¿será caro?, ¿lograré mantener una conversación en inglés?, etc. A mis 23 años recién cumplidos nunca había viajado sola y, después de acabar la carrera y sentir ese vacío y esa incertidumbre de futuro, sabía que era el momento perfecto para hacerlo.

 

 

Nunca me hubiese imaginado que solo dos meses podían hacerte sentir como si hubieses vivido otra vida entera al conocer a tanta gente, tantos sitios y tantas cosas distintas. Mi compañera de aventura fue Andreea, una chica rumana que se convirtió en mi kanka (palabra muy utilizada en turco para denominar a un buen amigo), y nuestro destino Pamukkale Belediyesi (Ayuntamiento de Pamukkale). Juntas realizábamos cursos con niños y adolescentes provenientes de familias con desventajas económicas en el ayuntamiento y en un centro joven. Además, colaborábamos con un equipo de baloncesto en silla de ruedas. Como psicóloga, también estuve en un centro social del ayuntamiento conociendo su forma de trabajar allí.

A parte de nuestro “trabajo”, del que obtuvimos mucho, lo mejor para mí ha sido conocer una cultura asombrosa, una mezcla de lo occidental y lo oriental. Una cultura que me ha hecho sentir como nunca antes me había sentido al compartir tanto con gente nueva, única y distinta, pero a la vez con tus mismas inquietudes, miedos y preocupaciones de futuro. Un momento que nunca olvidaré fue un día con la madre y la tía de una amiga turca. Estuvimos comiendo en el suelo y riendo. Riendo muchísimo aún sin poder hablar con las mujeres ya que ellas no hablaban inglés y yo no hablaba turco. Bailamos canciones turcas y nos tiramos al suelo de la risa. Aún me veo a mi en el salón, riendo y bailando con dos mujeres que acababa de conocer, con sus pañuelos y sus faldas largas y esa sensación de satisfacción plena. Ojalá pudiéramos inmortalizar junto con las fotos todo lo que te ha hecho sentir ese momento.

Sin duda alguna, volvería a escoger Turquía como destino. Porque Turquía es mucho más que ataques terroristas… Es un vaso de té a todas horas, más abrazos que besos, tazas de café que revelan el futuro, son pies descalzos en casa y zapatos a la entrada, desayunos abundantes y platos de cuchara increíbles (sí, no solo en España comemos bien), viajes en autobuses maravillosos (te ofrecen bebidas y comida gratis, tienes wifi y hasta tele), es escuchar la llamada al rezo 5 veces al día y entender una religión distinta, paisajes increíbles, sonrisas sinceras, es confianza, generosidad y cercanía, es… un país mágico.